El 5 de junio de cada año se conmemora el Día Mundial del Medio Ambiente. Fue establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1972 con motivo de la apertura de la Conferencia de Estocolmo sobre Medio Ambiente Humano y como un modo de estimular una reflexión sobre alguno de los problemas más graves que afectan nuestro entorno.
El lema para el Día Mundial del Medio Ambiente 2013 es "Piensa. Aliméntate. Ahorra", una campaña para reducir los desechos y las pérdidas de alimentos en un planeta de siete mil millones de habitantes.
Es que, según la Organización de las Naciones Unidas
para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés),
cada día una de cada siete personas del planeta se va hambrienta a la
cama y más de siete millones de niños de menos de 5 años mueren de
hambre cada año mientras se desperdician 1300 millones de toneladas de
comida. Lo curioso es que hemos desarrollado una cierta indiferencia o
aceptabilidad ante hechos como los citados que, solos, ya resultan
éticamente inaceptables, pero mucho peor aún si el hambre convive con la
dilapidación, con el derroche. Una realidad que se verá agravada, sin
duda por los implacables efectos del cambio climático.
Esta situación es suficiente motivo para la reflexión
frente a dos temas que parecen ser desafortunadamente complementarios:
el despilfarro y el hambre, el consumo desesperado y los efectos
devastadores sobre el planeta.
Como lo desarrolla la campaña del Día del Ambiente 2013,
desperdiciar comida implica que todos los recursos empleados para
producirla también lo sean. Así, si para producir un litro de leche se
gastan 1000 litros de agua o, para producir una hamburguesa, 16.000
litros, toda esa huella hídrica que se genera resulta, además de
alarmante, inútil.
La producción global de alimentos ocupa un 25 por ciento
de la superficie habitable, un 70% de consumo de agua, produce un 80%
de deforestación y un 30% de gases. Es, por tanto, una de las
actividades que más afectan a la pérdida de biodiversidad y a los
cambios en el uso del suelo. Por eso se pretende promover la toma de
decisiones informadas, es decir, elegir aquellos alimentos cuyo impacto
en el ambiente sea menor, incentivando la adquisición de productos
orgánicos, los generados en mercados locales, donde se requiera menos
transporte y, por lo tanto, se produzca una menor contaminación.